viernes, 4 de marzo de 2011

Pastor de Moya , Habitante de la Noche o Apologeta del Misterio

Por Juan Gelabert
     Adentrarse en los espacios de la ciudad que cohabitan los tiempos imaginarios de la noche, es reinventar personajes y situaciones utópicas o más bien cárceles para ángeles o proxenetas o prostitutas o vírgenes violadas que menstrúan miedo.

    Así se van construyendo nuestros imaginarios sobre la poesía de Pastor de Moya.  Porque para él la ciudad se resiste a ser un tumulto de cemento y plazas de silencio, para convertirse en espacio ritual en donde sus pobladores bailan, copulan y expresan íntimamente sus sentimientos y pasiones.

    En la oscuridad surgen prontamente y sin ser evocados animales y cosas personificadas, que van a la luna, diciendo lo que el poeta se ha reinventado o lo que se ha reimaginado de sí mismo.

    Pastor construye todos los versos-personajes para transitar por los espacios infinitos de la memoria.  Su cuarto es un viejo y lánguido espacio en donde los sueños imponen vírgenes para el banquete: las ofrendas al Dios único.  El poeta.

    Pastor verbaliza todas las hojas que entinta cuando escribe.  Esta verbalización le da acciones y movimientos a su poesía, cada poema es un conjunto de mundos que caminan y transforman todo a su paso.  Viajan por la ciudad, para ser cómplices de lo ilusorio y lo ilícito, porque los jueces ya no tienen ojos, ni manos, ni piernas, como mauras duerme su sueño eterno para despertar sentenciando tercamente a aquellos que se bifurcan o que mueren estáticos frente al sueño.

    En este viajar por la ciudad cuando la noche está más intensa, los vendedores de té y café, le cuentan al poeta-poema las historias que se van construyendo en la noche y en cada episodio un poeta surge de lo eterno.

    El sujeto poeta ritualiza todo lo vivido, le teme al juez desprovisto de justicia, al mundo postmoderno, se teme a sí mismo cuando lo acaricia el sol conviviendo en los espacios públicos.  La luz sangra su cuerpo, muerde el entrecejo de su rostro, un cuchillo de sangre dibuja senos de prostituta donde HERMINIA o en su propio cuarto, donde también viven sus personajes.
    El mar es una cisterna de sal o más bien un vaivén de soledades, restos de mortandades para el poeta.  Cada noche, cada hora, minuto o segundo piensa con claridad en donde estarán los ángeles o las lesbianas, que lo acompañaban al portar del misterio; porque las vírgenes menstrúan y ya no de miedo, lo hacen cansada de ser.

    Llueve, al poeta le duele el ojo o la mano cuando escribe.  “Y pensar que los ratones vaginan en el agua”.  Las complejidades del mundo postmoderno “Calcinarán con su belleza la memoria del hombre”, estos versos eternizan y verbalizan el miedo a ser estiércol del destino, a mirar a atrás porque se vuelve sal su cuerpo o lo atrapa sin lumbradura la torpeza cotidiana.  Y ya no habrá ciencia ni belleza presente, solo una triste mirada al mar o la plaza de los padres de la patria.  Estatuas de sal  sangrando duramente el polvo del tiempo.

    El poeta estupra su propia poesía en la metafísica, exterioriza la perversidad, el grado filosófico del destierro; porque él se destierra a sí mismo cuando habla o cuando escribe.  En sus palabras se vuelve estirpe, mundanal del hombre y muere como todos en un burdel como tecato o como alcohólico o como un muchacho loco y sin memoria.

    Estos poemas no abren el pórtico del misterio.  Danzan lo cotidiano.  Nos enseñan a caminar por la búsqueda del hombre en su más fina expresión de lo social, en el espejo azul que nos devuelve el rostro infectado por la guerra o el alma desnuda, congelada en la esfera de la serpiente.

    El poeta cree firmemente en que el mundo que nos habita está hecho de imágenes que a su vez hacen mundos infinitos dentro de su propia finitud.  Porque el hombre muere sentenciado a ser árbol de tronco débil.  Y es ángel y es demonio.  Su presencia traspasa el espejo roto de la noche.

    Al pastorizar la poesía, el poeta surge de lo blanco tras el sonido añicoso de las pisadas en las plazas y el murmullo, rumor de los jardines en los que a cada instante se oye el chillar de las doncellas y el hombre huyendo de la ciudad.  El poeta ve perros que hozan la muerte ante la justicia.  Calla.  Corre apresurado a su habitación oscura o hacia sí mismo.
    Así va Pastor, construyendo una poesía vivenciada en los imaginarios de su propio mundo cotidiano, entre doncellas y tecatos.  Entre jardines de lenguas habitando la ciudad, entre vírgenes menstruando y caballos pisoteando el reflejo de los muertos.  Sus versos son lanzas puntiagudas que nos revelan la vileza humana, la ciudad muriendo apresuradamente.

    Y el hombre, pobre hombre observa callado el ritual poético del sueño.  Muere manso como la terca piedad de los jardines.

    En los jardines de la Lengua, los poemas son cuentos-poemas porque contienen tramas y conflictos.  Los personajes viven en un constante estado de peripecia.  Nada es causal.  Los personajes se mueven mágicamente entre el bien y el mal, entre el imaginario social y lo cotidiano.

    Pastor no es surrealista, ni dadaísta, ni postumista, ni marxista, ni comunista.  No le atrae ningún ista.  Vestido de chulo, no muere de dolor, le sobran fuerzas y tiene entero el corazón.  Con su armadura de cristal líquido, junto a un ejército de hocicos de caballos electrónicos invade la ciudad.  Ahora la ciudad es un jardín.  Sabe a muerta.  Huele a fetos abandonados en los aleros del templo, a hombres y mujeres sin cabeza que huyen de la ciudad.

Juan Gelabert

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