viernes, 4 de marzo de 2011

Alfabeto de la Noche de Pastor De Moya

Por Giovanni Di Prieto

Hemos conocido por primera vez a Pastor De Moya (¿Será éste su verdadero nombre?) en la última Feria Internacional del Libro (1999) y nos hicimos pronto amigos. Pastor, en efecto, es todo lo que asociamos con lo que –sostenemos- debería ser la literatura: pura locura razonada.
Porque, en verdad, ¿Para qué valdría la literatura, si se la tomara en serio?. El resultado sería –y es- el más absurdo engendro del dogma. Donde todo es libertad y juego, terminaría –termina- siendo una mera camisa de fuerza para el hombre.

Vimos a Pastor en acción en el transcurso de una entrevista con Eugenio García Cuevas. Nos quedamos asombrados por su postura iconoclasta.
Tanto es así que al Eugenio preguntarle cómo se había iniciado en la poesía ¿Qué le contesta el bárbaro? que a raíz de la lectura de un poema de Balaguer y, acto seguido, he ahí que se pone a recitar dicho poema. Si la vanguardia poética dominicana encuentra sus raíces - a través de Pastor - en los poemas de Balaguer. ¿Qué más absurdo elemento postmoderno podemos inventarnos?

Ni hablar de su caseta de la Feria. Ahí campaban un trono hecho de un viejo sillón de barbero y un altar dedicado a los poetas: Baudelaire, Whitman, Eliot, Borges, Gatón Arce, Mieses Burgos, etc. Cuando ya nos apresurábamos a cuestionarle el hecho de que en ese altar no aparecía ninguno de nuestros santos, he ahí como, detrás de una botella de agua de santería, se aparece el retrato de “Passolini”, y no tuvimos otro remedio que objetarle que tenía que rezar “San Passolini”, así como si ese poeta italiano fuera nada menos que una passola.

Pero, vale. Resulta que Pastor nos regaló un ejemplar de su segundo poemario. Alfabeto de la Noche. Y ya que por el mucho leer se nos cansa muy a menudo la vista, insistió que nos lleváramos la versión Miope de ese libro, la cual consiste en un formato tamaño gigante y con letras bastantes grandes para no cansarle la vista a nadie.

Ilustrado y hecho a mano, con un dibujo original, como todas estas ediciones que Pastor saca de su taller en el patio de su casa, debajo de un árbol de almendro, de Arelis Rodríguez en la portada, con una tapita de Coca-Cola en el ombligo de un ángel. Este poemario, junto a las demás versiones que siguen el mismo criterio estético, resulta ser algo sencillamente genial. Antes que nada, estas ediciones hechas a mano se llaman “Ediciones a Mano” su editorial, fundado en el otoño de 1995, conforman verdaderas piezas para coleccionistas. Es la manera de Pastor de regresar al libro como objeto de arte en sí. Pero esto no lo es todo. Hay una importante contradicción que está a tono con su iconoclasticismo, ese objeto de arte está compuesto de cartón y papel desechables.

El objeto de arte, pues no es para Pastor un objeto precioso; es un objeto, como él expresa, “profiláctico”. Ahora lo tienes y es tuyo, tomando espacio en tu biblioteca; mañana se lo come la polilla y cuidado que no te coma también el resto de tus libros. Pastor se sonríe con sorna al contemplar esta última posibilidad.

¡Abajo con el preciosismo! Nada de esteticismo decadente para él. Pero, cuando ya estamos tomando partido en contra suya, haciéndonos de la opinión de que Pastor es un loco de remate. Nuestro Dalí dominicano, como lo define Carlos Roberto Gómez, de Isla Negra. ¿Qué ocurre?. Ocurre que, al hojear su poemario, nos damos cuenta de que Pastor es un excelente poeta, de que sus versos no son nada pedestres y que existe en ellos un hálito de profunda inspiración.
Los versos de Alfabeto de la noche (Ediciones a Mano, 1999) son versos de filiación maudit, sin duda sin alguna. Pero Pastor no está copiando a nadie en ellos. Puede aparecer Baudelaire. Pueden aparecer Borges y otros, como Paz y Alexaindre. Estos son sólo referentes. Son poetas con los cuales Pastor se comunica y se ha comunicado en el pasado. Es que los versos de Alfabeto de la Noche, son versos propiamente suyos, versos que salen de su personal experiencia de la vida en términos existenciales. En ellos, el poeta ve a sí mismo irreparablemente encerrado en la cárcel de su propia existencia. Vive ese absurdo que es su vida. Pero, como todo poeta maudit, en el fondo anhela ausentarse de ese absurdo. Quiere darle sentido a sus días. Por eso, es evidente el empuje hacia fuera. Aparece constantemente la búsqueda de una dimensión “espiritual” que lleve al poeta (los hombres) más allá de la carne y sus banales limitaciones (la materia). De ahí, pues, el nombre de Blake que aparece en “A tientas siento el sexo”. De ahí, a través de este poeta místico, de este maudit ante litteram, la idea del cuerpo (la materia)…
(Fragmento)
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Septiembre del 2000
Periódico “El Siglo”, Sto. Dgo.

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