viernes, 4 de marzo de 2011

Alfabeto nocturno del humo y los espejos

Por Héctor Amarante

Los grandes pensamientos poéticos, las grandes metáforas, que le habrán deparado los espejos a la poesía sólo podrían ser catalogados y estudiados por seres poseídos por la divina locura, poseído por los dioses y las diosas de la misma poesía, quizás por Caliope o por Euterpe, sin embargo, en el universo de los mitos encerraríanse parte del significado profundo, cósmico, de los espejos. Al escribir la palabra espejo ya veo que hay alguien enfermo de una enfermedad muy especial. Este autor está enfermo de Borges. Y qué podríamos decir del humo. 

Bueno, acaso no es humo el cielo que nos han dicho que es cielo, pero que en verdad es puro mito. Pero acaso ese humo no es el mismo cielo, que es como decir el mismo tiempo que pasa. El tiempo es otro de los temas del síndrome de Borges.
la primera imagen rueda en el cristal
un búho resacado por la noche
denuncia el sacrificio de Narciso frente al río
 
Es extraordinariamente singular el que el primer poema de este libro-artista “la esfera” aluda al mito de Narciso, uno de los más conocidos y difundidos de la mitología griega. En esta narración, y al decir narración debo repetir, narración mítica, se encuentra una verdad simbólica pero cuyo fondo de concreción real es tan patético como filosófico. Resulta que siempre se ha creído que Narciso va a la fuente de agua a ver su rostro y con ello resaltar su vanidad de humano; no, cuando se acerca a la fuente de vida, él cae al fondo del lago, y muere por inmersión, pero muere buscando una cosa: la verdad absoluta del sentido ser, de su origen, de su presencia en este mundo, de su razón de existir, encontró su muerte precisamente por justificarse en su anhelo de conocerse.
 
La búsqueda de la verdad parece un imposible; eso, nos lo dice la sabiduría del mito, pero el hombre que ha inventado la mitología porque siempre está inconforme con la realidad, porque siempre está sediento de llegar más allá de los límites que imponen sus propias limitaciones siempre pretende parecerse a los dioses, y cuando el mito no le da las explicaciones que pido, entonces y sólo entonces acude a algo tan sagrado y tan profundo: la poesía, esa que es la esencia de toda filosofía posible y que hasta va más allá del mito.
Los poemas de El Humo de los Espejos dignifican a la rosa, a la sombra, a la mujer, al amor, a la vida, a las ostras, a los árboles, a la llovizna, al fuego, al silencio. Están estos poemas sostenidos entre la expresividad refinada de un ser sensible y la capacidad mediativa de ese mismo ser.
 
Hay en la estructura de estos poemas, y dentro de ella en la estructura de los versos un ritmo extraño, sobrecogedor, caracterizado por la violenta introducción de unos desacostumbrados usos verbales, y el uso de unos adjetivos, tan sabiamente, pero tan poéticamente elaborados que no queda más que exclamar que en estos poemas están presentes algunas imágenes –no lo vamos a caracterizar-, al estilo de cómo las utilizó Mieses Burgos, o Borges, imágenes desde donde se acude al ensueño, al delirio, pero sin despojo de la realidad.
qué noche tan mía laberinto, el espejo desnudo
En El Humo de los Espejos la circularidad de los temas es una constante, y cuando menos se piensa al lector avisado no le queda más que reciclarse en sus emociones despertadas al ver que la esfera es la circularidad de la locura que no es más que un mito, ya que la locura puede ser nuestro placer de humanos sorprendidos ante la marga naturaleza, en la que:
el hombre que es serpiente
el hombre que es serpiente
revuelca su rostro de queja en los cristales
congelando latidos en los lúdicos labios
de la nada
pero ¿qué es eso de “el hombre qué es serpiente”? Acaso no es la serpiente un símbolo de inmortalidad, ¿acaso no es esto un mito?, el ser humano en algunas cultura, como la egipcia, ha tenido como ser sagrado a la serpiente, esa que lo hace caer, a veces.
En este libro-artista hay un sentido señero de la caída, de la caída del ser como ángel ido del destino de su Hacedor divino. Por eso el ser es sólo pajas como formas y en ese poema titulado así Pajas como Formas, el poeta nos dirá:
quién más que yo podría empalagarse
con la forma de la segregación en el barro
El decir profundo de esta poesía sabia de Pastor De Moya consiste en determinar realidades tan trágicas como elementales, porque eso somos, el barro, eso somos, sólo formas:
2000 agujas no bastan para coserle
la corbata al espantapájaros
relleno de metálica sonrisa
 
El sacerdote de la poesía, entendida esta como un discurso de la comunicación de seres inconforme con la lógica del logos, es sencillamente algo para lo cual el ser humano está destinado, el ser humano no es sino un ente poético porque la naturaleza toda es poesía y la poesía existe en todo, en lo poético como en lo antipoético.
afuera del no ser están las cosas deformando
los objetos volátiles del cuerpo
pareceríamos como si los gatos no tuvieran
culpa de la noche
ni de los borrachos que imitaron
a Edipo en el instante último del mundo
afuera del no ser sólo está un transparente
humo borrando en un silencio
el yo la mierda los sentidos

Parecería que algunas palabras, algunos sustantivos no fueran poéticos y que en sus significados el poeta no estuviera expresando otras cosas diferentes a lo que señala esas palabras en el lenguaje ordinario, en el lenguaje secuencial y coloquial; en este poema titulado Luces, asistimos los lectores a un canto al universo, al cosmos de los conocimientos, esos objetos volátiles del cuerpo, que son capaces de ser borrados por un humo transparente -la muerte-quizás llevándose el yo, la mierda, los sentidos; de aquí es entonces, y sin que haya necesidad de explicar nada, que aquel sustantivo poco poético no sea sino una forma de expresar la rebeldía eterna del ángel que se siente caído. Luces, así titulado; una estructura mítica, es un poema profundo, y que tal vez quiera decir con Goethe, en el instante último de su existencia: luz, luz, más luz, pero tal vez es una oda terrible contra algo que no acepta disculpa ni da concesiones: la muerte. En el mito de Edipo, muere el padre, y queda
celebrado, en parte, el incesto, pero hay un principio universal: la sociedad debe sobrevivir, y la muerte juega su rito de paso.
Pero ese juego, ese rito, en esta poesía alcanza una muerte muy extraordinaria: la del Cristo.
En el poema titulado Axioma en Cruz, el mito de Pan, el mito de Cristo, el mito de Yama, ese Cristo presente en los Vedas “quien cuando se hablaba de Sánscrito más antiguo, y los dioses se comunicaban con los hombres en las relaciones más antiguas, descendió del cielo para hacerse el primer de los mortales”, ese mito repetimos aparece recogido en este poema y Pastor nos lo dice así:
pálido movimiento
33 ombligos pasan por la máquina del Cristo
condena de ahitadas ganas
donde han roído los años con sus clavos
lo que hay en el tiempo
 
Aunque ese tal Yama del libro de los Vedas no fuese un antecedente de Cristo su nombre podría ser relacionado con Apolo, con Zeus, con Prometeo, en fin, con los mitos de la genealogía, previo o continuo a la cual ha coexistido la definición de la condición humana en función del sacrificio sangriento, el hombre era bueno, santo, un dios, pero debió venir un hijo de Dios, o Dios mismos a convertirse en hombre para decirle que él se haya enfrentado a los dioses y entonces debe morir, debemos morir porque nos hemos hundidos en los males. En realidad este es el mito de las Razas, en donde se plasma la condición humana, cuya aspiración primera es ser feliz pero cuya felicidad parece un absurdo. Por eso, quizás, el poeta nos canta:
se está cayendo la locura de Pan
o el envoltorio calcinado
por tobillos
ahora quiero enterrar todo veneno
ponchar el botón
hastío de vida
en evidencia perfecta de la niebla
 
Desenredar la ilusión a los mitos podría ser tan elemental como complicado es el estudio de la mitología, sin embargo, en los poemas de Pastor-a veces- el mito es congénito a la construcción del poema. En un poema bellísimo, de una sapiencia poética excelsa, titulada: Ilusión Óptica, se nos canta a la noche sin aludirla, pero con una grandeza poética digna de que aclamemos a este poeta inevitable. Después de lanzar este verso:
mi mirada es oblicua
juguetea cuando menstrúa de negro
la tarde
Entonces nos dice esto:
al revés está la tierra
y el espacio
y los mares lloviznando en espuma
la tristeza
 
Qué lector aproximado a este poema no presiente el canto a la noche, pero también a los musicales ángeles borrachos de Franklin Mieses Burgos. Estamos ante un libro, El Humo de los Espejos, de
una poesía profunda, no tanto por su decir, sino por su belleza en la que la palabra ha desaparecido, con su fuera de pobres palabras, para tornarse en angélicas expresiones policrómicas de sentidos posibles e imposibles, sólo como de los Rimbaud, Borges, Mallarme, de los Baudelaire, o de los mismos Franklinmieses y por qué no de los mejores líricos nacionales y de Latinoamérica.

El Humo de los Espejos, a veces es la muerte, puede ser vida, el canto, el alma, la luz, el asombro, el amor, pero en definitiva es la matemática y la geometría de una presencia, propia de seres que han abandonado la normalidad vulgar de los hombres y ellos viven su propio mundo, sus propios universos, y desde ellos son entonces seres reales, pero muy especialmente, incomprendidos, a veces.
Me refiero al Poeta, al bardo que ya toma los espejos, o su humo, o el alfabeto que lo comprende a los dos por medio de algo que está inmerso en el misterio de la inteligencia y la sabiduría natural de los seres especiales: la anticipación, el tiempo, la dicha del canto sagrado, en fin, la poesía.

En El Humo de los Espejos asistimos a la recuperación del mito de los acontecimientos, de los asombros, de la condición de lo sagrado en la bifurcación de la lujuria, capaz de promover el fuego bajo la llovizna, capaz burlar al constructor, desconstruyéndolo, bajo el legado total de los cristales donde mueren o languidecen los sombreros profanadores de la lluvia o donde existe el cliché de la visión moderna del lodo de lo humano: asistimos, en El Humo de los Espejos los rituales de los rostros ciegos de hombres que están borrachos de dios; de hombres corriendo entre la sombra y la luz hacia la fuente del sueño, adonde beben la negación de las cosas y escriben su trágico poema horizontal; en El Humo de los Espejos vemos que los espejos sólo consumen el oficio de los espejos mientras pace la espera lánguida del deseo bajo las llamas vizcosas del amor.

En el Humo de los Espejos los hombres saborean el miedo que los gatos de la noche marearon en el sueño, sueño donde se oxida el sinsentido y no asiste la música celestial de una oda blanca a John Lennon en la que él canta a la pluvialidad de los dos; El Humo de los Espejos es un carnaval de prodigios, el poeta lo sabe porque fue quien escribió el Alfabeto nocturno del humo y los espejos para que el lector sepa de esta crónica final que él no escribió pero que fue escrita por los títulos de sus propios poemas.
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New York, E.U.
Junio del 2001. Casa de La Cultura

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