viernes, 4 de marzo de 2011

Pastor De Moya enfermo de poesía

Por Eugenio García Cuevas

Autor de dos poemarios, El humo de los espejos y Alfabeto de la noche, la poesía de Pastor De Moya sobresale por su iconoclastismo y porque “se establece en torno a la pasión de los sentidos y de una afirmación de la voluntad que preconiza, a sus anchas, una visión auténtica de la realidad del ser y sus circunstancias”, como ha escrito el crítico José Rafael Lantigua. Las publicaciones de Pastor se caracterizan por su peculiar y original diseño del libro-objeto, elaborados por el propio poeta de modo artesanal, en Ediciones a Mano. Sus tirada son ilimitadas pero sólo salen de acuerdo con los acontecimientos y pedidos.
El corto diálogo con Pastor se lleva a cabo casi caminando frente a su original y peculiar caseta-instalación, en el centro mismo de la Feria Internacional del Libro de la República Dominicana, que acaba de concluir hace dos semanas. Se trata de un estante que tiene como antesala un antiguo sillón de barbero y un altar con varias velas prendidas, donde el poeta ha colocado un pequeño retrato de sus santos poetas preferidos: Rimbaud, Baudelaire, Nerval, Villón, Novalis, Rilke, Rubén Darío, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Zacarías Espinal, José Mármol y otros, ya canonizados en su hagiología. También hay flores, y huele a incienso.

Estamos frente a un centro de adoración a los poetas. Un verdadero homenaje, un acontecimiento que atrae a los visitantes. El poeta no siempre está; va y viene. Anda con un traje de cuadritos y un pantalón de color sólido y rara vez no se le ve con un cigarrillo encendido. No usa cadenas, ni anillos; apenas un reloj para mirar las horas y los minutos. Siempre parece que tiene prisa, que lo esperan en otro lugar. Habla con ceremonia, y su retórica es elocuente y bien organizada. A veces parece que recita cuando contesta una pregunta, pero nada de eso. Es su tono y estilo. Estudió para abogado, pero la literatura lo sacó de las aulas universitarias.

Pastor tiene 35 años y escribe desde los 12, pero se inicia públicamente en 1984 con el libro El humo de los espejos, una colección de poemas que publicó conjuntamente con otro de sus santos de generaciones: José Mármol. Ambos poetas son de La Vega, orgullosos y algo excéntricos. “El libro salió de una reunión; nos reuníamos casi siempre Plinio Chaín, José Mármol y yo en el Palacio de la Esquizofrenia”. ¿Y qué es eso? “Bueno, eso era una cafetería donde se reunían todos esos poetas desarraigados como yo. Nos reuníamos ahí a tomar café, cerveza y a fumar”.

“Déjame decirte que yo empecé como cuentista”, escribí un cuento, El padre sin cabeza, que ganó un premio en un concurso regional, pero me despojaron del mismo. Leí mucho a Borges y un poema de Balaguer, un poeta menor. ¡Oye que acontencimiento tan singular! Era un poema erótico. Entonces, a partir de ese poema, me puse a escribir poesía. Ya tenía cierto ejercicio con la escritura. Desde ahí, la poesía es como mi otra enfermedad, es una enfermedad mortal y progresiva. Yo estoy tan enfermo, que creo que estoy agonizando en este momento por culpa de la poesía”.

Además de ese poema de Balaguer, ¿qué otros poetas dejaron huellas en ti? “Bueno, eso era una época fogosa, de formación y uno leía todo lo que le caía en la manos, hasta que me encuentro con los simbolistas franceses, los poetas malditos, Baudelaire, Rimbaud, etc. Luego me llega ese momento de querer hacer dinero en la vida para dedicarme a la literatura y me fue muy mal, estuve preso. Conseguí mucho dinero, pero lo perdí todo y nunca hice nada. Parece que hay una indisolubilidad entre la literatura y la angustia.

En el país se te considera una especie de poeta maldito. ¿Es cierto eso? “No. Lo que pasa es que mi discurso poético, como producto de mi enfermedad alcohólica y de ciertos acontecimientos que me han sucedido en la vida –que ya he superado- se parece mucho al de los poetas malditos. Yo soy irreverente y siempre creo que lo voy a ser, y lo soy por convencimiento. Eso fue lo que me salvó. Y les pido a todos esos santos míos, Rimbaud y los demás, que me iluminen en esa oscuridad, que no me dejen. Eso fue, creo yo, lo que no me hizo oxidar. Ahora mismo, la poesía dominicana está oxidada. Es una poesía donde hay una carrera hacia ninguna parte, unos poetas metidos a eróticos sin ser travestí, queriendo ser travestís si nunca haber sido nada. Hay una carrera por publicar, una carrera que yo no sé hacia dónde los llevará”.

¿Cuál es tu concepción de la poesía? “La poesía es magia menor. Yo lo digo en uno de mis libros que hice en Ediciones a Mano. Es una condena hacia el canto. El poeta es un condenado, un brujo, un oficiante de la palabra. Es un condenado hacia el olvido, a la manera de San Juan De la Cruz. Yo creo que la poesía es lo primero, el poeta es el que está más cerca de Dios, que es otro gran poeta. El poeta es el único animal que puede fundar, que puede nombrar y que puede transformar. Un pueblo sin poetas es un pueblo de difuntos con pulmones”.
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Mayo de 2000, Puerto Rico. Periódico “El Nuevo Día”
La Palabra sin Territorio. Alfaguara

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