viernes, 4 de marzo de 2011

Jardines de la Lengua

[Punzante sortilegio que descifra los infinitos huecos de la oscuridad]

Un libro abierto es la noche
Marguerite Duras

Por René Rodríguez Soriano
 
El Gato de Lezama

Una ciudad se suicida cada noche para dar paso a otra ciudad, a otras gentes que se bañan gozosos en las fangosas aguas de la luz que a simple vista no se ve, pero se siente. Yo, embriagado con las luces de neón, las tardes en las plazas y el andar de las chicas por los miradores, anduve huérfano en las fauces de la indiferencia. No sabía que, aunque eludida en los sermones y en los editoriales de los diarios y los programas de gran rating, vibraba otra ciudad toda piel, toda fuego, encendida en pasiones y en alcohol. La conocí deslumbrado por el poeta tenaz que la conoce y la tutea, desatándola, blandiendo el verso como nadie. Yo iba o venía de ni sé dónde, me topé con Pastor que enarbolaba un gato por bandera y hablaba de sus gallos –los de él, que como toros corneaban y arrancaban plumas y gritos al contrincante y a la multitud en la gallera.- Mirar que nos miramos, fue enunciar el santo y seña para abrir compuertas y dar rienda suelto a las lúdicas leyes de las cosas y los seres. Los seres y las cosas que, invisibles, deambulan por los filos del atardecer. 

Los que no cuentan porque, rara vez, son tomados en cuenta. La poesía, como el catastro, es parcelada por censores y fiadores de conciencia y cieno… y, mientras más se adentra uno en el amargor de la fruta, más disfruta el dulzor que no se entrega a la primera embestida de unos labios ansiosos.
Con los juguetes de Lezama o de Bataille, la más fiera palidez del día y la sonrisa inútil de un pez cautivo, que se reinventaba en el finísimo cristal de la pecera iluminada, entré al poema de la mano del druida que amansa bífidas las lenguas de las cien serpientes del placer y de la entrega. Entrar de su mano a los salones de la noche, de por sí, es suficiente. Leer la noche en la espesura de los versos de Pastor de Moya es otra cosa. Y, cuando digo otra cosa, es porque me quedo sin adjetivos. Sin navajita para diseccionar la piel de una poesía que, a borbotones, late y se reinventa más allá de los infinitos páramos del Álgebra y de la lengua. Un lenguaje que no tiene lengua ni se ciñe a los cánones de la moral ni las buenas costumbres, sino todo lo contrario.

“En los jardines de la lengua” el poeta asiste y nos da vista a una bacanal llena de claroscuros y música o ruidos. La vellonera, potente domadora del espacio y del tiempo, lanza al viento y a la noche los cientos de improperios que dan sentido y forma a ese otro ángulo de la belleza y de la perdición que rara vez se toca, aunque casi siempre se visita. El burdel, con sus santos y sus dioses, pintarrejos de lentejuelas, colorete y vuelos, sale a lo más claro del día, a lucirse y a consumirse hasta el fondo de la copa entre el humo y el perfume que engendran los más ocultos aromas.

El Gusano de Bataille

La noche, ese insondable mar de pesadumbre, ha perdido su ceremoniosa máscara de oscuridad y medios. Pastor de Moya, más mordaz y zahiriente que Diógenes el Cínico, se ha internado en ella con su potente lámpara de rayos apagados y le ha descifrado todas sus elusiones y misterios.
la noche es una rosa sembrada de olvidos
de soledades y techos para gatos
de calles que divagan (Pag.27)
 
Penetrando en sus más intrincados laberintos, llamándolos por su nombre (como buen discípulo del maestro), en su “Jardines de la lengua”, Pastor coloca espejos, reflectores y pantallas para que se reflejen uno a uno los secretos que por milenios nos han ocultado el miedo y sus secuaces.
piensa y no pienso que las cosas que he perdido
me acercan a la luz (Pág. 36)

No es tan fiera y oscura, como la pintan. La noche tiene un lenguaje sinuoso, salvaje y seductor que durante milenios y milenios durmió entre pliegues y alforjas. Pastor, loco manso del numen, se ha encargado de despertarlo y soltarle las amarras. Mediante su alfabeto, claro, transparente y brillante, el poeta nos sienta a todos -butaca tras butaca- frente a un pizarrón de luces o cinematógrafo bufo que nos presenta, a veces en sepia y otras en tecnicolor, nuestra chata realidad en sus más íntimas prendas.

la ciudad que a esta hora es un acero
destemplado por putas y tecatos
permanece y se suicida
entre lluvias de bombillas olvidadas
en la sombra
(Pág. 24)

Internarse en las turbias aguas del alfabeto de humo con el que Pastor va decodificando los jardines de la noche, nos pone en posesión de los más lúcidos símbolos que connotan el tiempo que a diario nos ocultan con altos vatiajes de luces y sonido:
siempre hay algo que muere cada día
cosas que fundan plomiza la llovizna
cada día siempre hay algo que
muere entre puñales
que nunca deberán ser y que no ha sido (Pág.: 55)

“Jardines de la lengua”, en exquisita y bien cuidada edición, es el conjunto en el que se agrupan los títulos, hasta ahora publicados, de Pastor de Moya (El humo de los espejos y Alfabeto de la noche), es un libro raro, loco y hermoso. Un libro duro, fuerte como aullido. Una especie de alto. Un llamado a lo más puro que nos queda para que nos detengamos a mirar adentro de nosotros mismos y nuestros alrededores:
este burdel sabe a virgen estuprada
a licor azulado en las vetas de su voz
este hombre quiere jugar a ser Simone
orinar ángeles en los arbustos del alba
esta hembra es un terrible macho para el sexo (Pág.: 25)
Este jardín sin flores de Pastor es un río fuera de madre, con una fuerza loca que corre libre y suelto, sorteando bardas y muladares, mentando madres, con una música llena de ángeles lascivos y sexuados que nos invitan a recorrer la noche libre de presagios y culpas, llena de peces, pájaros y fieras mansas. Es la poesía, o la mujer que decía Cervantes, que se vuelve irreal y se niega a entregársenos o se nos esfuma a la menor impericia. La que niega y afirma lo que somos:
negar es afirmar lo que uno elige
huir es la razón para existir
volver es un designio lascivo del amor (Pág.: 23)
la que nombra el amor y lo amado con los verbos más lúcidos del placer:
abre los tentáculos del vientre
muérdeme duro hasta abrirme
recuerda al hombre que es porcelana solamente (Pág.: 61)
la que nos deja mudos y sin aire frente las fuentes del amanecer, la que, viniendo de adentro, de las ardientes vísceras del poeta, con las más punzantes y filosas dagas, nos arma y nos desarma la paz y los deseos, desnudándonos en ciernes. Porque el poeta es dueño de la noche y sus artilugios:
me pertenecen todos los secretos de la noche
el mar de estrellas que se niega en el número
el semen con que dios hizo la luz me pertenece
y cuando pueblan las palomas tus pezones aún me perteneces (Pág.:34)
y la poesía toda, la del azar y los poetas, rediviva y ardiente, bulle en la brasa de estos versos, artesanos del fuego y la pasión con lo que debemos salir afuera para tratar de ser nosotros mismos. Porque:
ha llegado la hora de morir o vencer
o acaso
de ser libre eternamente y en otras piedras (Pág.: 25)
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Mayo

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